Este artículo nos parece interesante. Es, a grandes razgos, una reflexión que decanta en una conclusión; el arte del Hiphop fluye como expresión y vía de escape a pesar de cualquier tipo de entorno violento y/o problema social que exista en las comunidades. Una historia que, como se diría "pasa en cualquier barrio del mundo".
En Medellín, el arte resiste a fuerza de rimas y arlequines
Por Daniel Rivera Marín.
Dos días después de que uno de los combos de la comuna 13 asesinara a Elíder Varela, conocido como Duke, uno de los raperos del grupo CEA (Comando Élite de Ataque), Jeihhco —rapero de C15— recibió una llamada: “Parcero, esto se putió”.
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No fue una rencilla de tiempo atrás ni una persecución porque era rapero o líder cultural. Dicen que a Duke lo mataron por una discusión, por una pelea de un día normal con la persona equivocada.
A las 3:00 de la mañana de ese martes 30 de octubre de 2012, a Duke le quitaron la vida en el barrio El Salado, cerca a su casa. Fue el séptimo rapero que cayó en la comuna. No el último: quince días después mataron a “La Garra”, otro hip hopper, un adolescente de 17 años que estaba empezando a ir con su abuela a una iglesia evangélica, alumno de Duke en las rimas del rap.
Unas fotos de Duke en su perfil de Facebook enturbiaron el asesinato. Muchos pusieron en duda su rol como líder social. Corrió de correo en correo el link que lo mostraba empuñando armas, posando temerario con fusiles, vistiendo prendas militares.
La respuesta: meses atrás el CEA había grabado el video de la canción La Furia de las Pandillas. Un cortometraje en el que dos raperos —Duke y Nomo— hacían el papel de dos pandilleros y otro —Kronos— el de un médico. El video no se había publicado porque podía traer amenazas, sin embargo, el 30 de octubre, después del asesinato, uno de los miembros de CEA subió el video a Youtube. En la primera escena dos jóvenes bajan, rostros cubiertos, por una de las pequeñas calles de la comuna 13, asesinan a un muchacho y se escucha: “El barrio es de nojotros... Gatillo pa’esas gonorreas”.
Jeihhco —Jeison Alexánder Castaño— cuenta, habla de Duke como el parcero. La historia le sale fácil, de un tirón. Dice que el CEA pretendía hacer juego con lo bélico, pero reivindicando otras guerras.
Al día siguiente en la cancha de El Salado, los raperos hicieron un plantón en rechazo a la muerte: velas, hip hop, abrazos. Grave error, el lugar es sitio de dominio del combo que mató a Duke, lo que generó algunas molestias. A esto se sumó la publicación del video, en el que aparece otro combo. Por esta razón no se había publicado, pero, muerto Duke, los otros miembros del CEA sintieron que ya no tenía caso seguir guardándolo.
Dos días después, digo, después del video, del plantón, del asesinato, del dolor, del tedio, esos muchachos que todos conocen, que todos saben quiénes son, tan innombrables, tan sin rostro, buscaron a los integrantes de Son Batá, los amenazaron. Jeihhco recibió la llamada: “parcero, esto se putió”.
A la una de la mañana los miembros de los grupos culturales que viven en El Salado fueron evacuados. Ese viernes los 60 raperos, bailarines, grafiteros, músicos, huyeron de la comuna 13. Era el primero de noviembre de 2012, hace apenas siete meses.
Ese fin de semana, con lunes festivo, lo pasaron en Rionegro. El martes, rueda de prensa en el piso 11 de la Alcaldía, Jeihhco y John Jaime Sánchez de Son Batá, dirigieron la charla que a la mitad se interrumpió porque el alcalde de Medellín, Aníbal Gaviria, iba a dar unas declaraciones. El 80 por ciento de los periodistas dejaron tirada la rueda de prensa más grande que han tenido los raperos de la ciudad.
Luego, algunos volvieron porque la Fuerza Pública había retomado puestos; otros esperaron. El primero de diciembre hubo alborada con todos los grupos, El Salado fue una fiesta afro de color, trompetas y tambores. Después de dos meses todos retornaron.
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La Real Academia de la Lengua define activismo así:
1. m. Estimación primordial de la acción.
2. m. Dedicación intensa a una determinada línea de acción en la vida pública.
En Medellín ha pasado que el arte se convierte en activismo, cuando de tan persistente se vuelve una manera de resistir. Esto, lo del arte como activismo, se lo escuché hace unos días a Juan Mosquera en uno de los días de Mayo por la vida —la iniciativa de la Alcaldía para celebrar la noviolencia y que Juan dirigió— y en la que participaron Jeihhco, Fredy Serna, artista plástico, y Jeremy Gilley, cineasta y creador de Un día por la paz.
Todos ellos, que practican alguna actividad artística, se han decidido por la paz, hablaron de sus experiencias, de sus maneras de combatir, de las caídas que vienen con los procesos, de la desesperanza.
El 21 de septiembre de 2010 hubo un concierto en la comuna 13. En la cancha de El Salado estuvieron Son Batá, Doctor Krápula, Providencia, Laberinto, Elite Hip-Hop, Alejo García, Crew Peligrosos, la Red de Músicos por el Desarme y Juanes.
Todo fue como es común en los conciertos: histeria, alegría, las emociones que superan a la razón. La paz no tenía reversa en la 13. Y, sin embargo, a la una de la mañana, cuando el sonido se estaba desmontando, reventaron unos disparos a dos cuadras: pandilleros asesinaron al dueño de una licorera.
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En los inicios de la década del 90, cuando los índices de homicidios en Medellín eran los más altos del planeta, cuando Pablo Escobar pagaba dos millones de pesos por policía muerto, la ciudad se consumía en soledad por las noches. Los teatros pasaron sus funciones para las 6 de la tarde.
Pero el arte.
Cristóbal Peláez tiene una simpatía fuera de lo común, con su barba desprolija, con su voz de sabio. Estamos sentados en el teatro Matacandelas, al lado de la cafetería, y atrás suena lo que parece un trombón y después una guitarra y un grupo trata de afinar en escala de Do mayor. Acordamos que el arte no tiene fin, la vieja conclusión: el arte por el arte.
—El arte es por el arte, no tiene que llevar mensajes, no tiene esas obligaciones. Pero tiene consecuencias, una de esas es la de resistir.
Fernando Pessoa (Tómame, oh noche eterna, en tus / brazos y llámame hijo), el poeta —El Poeta—, escribió en 1913 la obra de teatro O marinheiro, allí la fuerza recae sobre el interior de los actores: “O marinheiro es un canto de las profundas fuerzas interiores que mueven el extraño que nos habita, es una lírica de fuerzas ocultas —Pessoa fue médium—, un asunto de la escena que está más cercano a una sesión de espiritismo que a un convencional espectáculo teatral”, dice el Matacandelas, teatro que dirige Cristóbal. En la obra tres veladoras esperan a un marinero, lo esperan vuelva o no y entonces los abatimientos, el caos de todos.
La obra se estrenó en tiempos convulsos: el 30 de noviembre de 1990. Pablo Escobar había impuesto un toque de queda y la asistencia era pobre, dos o tres espectadores, hasta que un día nadie llegó. Cancelaron. Pasó un año y en una nueva temporada, después de que Cristóbal escuchara a una señora decir que si esa obra fuera a medianoche no la soportaría. Reabrió la función pero a las 12 de la noche. Todos pensaron —aún— que era una forma de valentía, de ponerle cara a la violencia. No. El arte por el arte, en este caso, el arte por la reflexión.
En la época —cuenta Cristóbal mientras se toma un tinto— se hacían presentaciones de títeres en diferentes barrios y no era fácil, las milicias tenían que dar permisos, las mujeres miraban desde los postigos de las puertas.
—Creían que lo hacíamos de valientes y no, estábamos muertos del susto.
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Definir Crew Peligrosos: Medayork, Arapjuez, una escuela de artes, trecientos muchachos aprendiendo a mezclar, a bailar —los B-Boys, las B-Girls, con sus malabares, con los movimientos del cuerpo justo en el beat—, a rapear, a hacer grafitis, con un código de ellos, tan propio: “Herederos latinos”.
Hablo con Henry Arteaga, El Jeque, uno de los ‘frontman’ de los Crew Peligrosos, en un centro comercial. Al frente, en un almacén de ropa para mujer, suena música lounge. Viene con camiseta negra, la gorra de visera plana, es un hip hopper en todo lugar, dice.
—¿Hay una persecución a los jóvenes, a los artistas?
—Medellín ha visto su ciudad morirse a toda hora. No somos nosotros los jóvenes, ni los de la comuna 13 ni los de la 8, es la ciudad entera. No podemos estigmatizar lugares, es un problema de Medellín, de Colombia, del planeta, de todas las épocas.
Henry cuenta que su padre murió el año pasado por negligencia médica, por lo mismo que se mueren ahora tantos colombianos, y me pregunta —se pregunta—, retórico: ¿entonces de qué violencia estamos hablando?
Los Crew Peligrosos tienen un enfoque: el rap, hacer bien todas las manifestaciones del hip hop, hacer proyectos de nivel internacional. Concluye El Jeque que si en ese proceso hay jóvenes que dejan otras opciones de vida, que invierten su tiempo libre en el arte, perfecto. Lacónico.
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Son Batá —dijeron muchos en su momento que era una chirimía, peyorativos— le abrió a Red Hot Chili Peppers el único concierto que ha dado en Colombia. Para decir más: viajaron a Los Ángeles para participar en el reality de Marc Anthony y Jennifer López, ¡Q’Viva! The choosen; viajaron a Brasil; ganaron el Petronio; conciertos, muchos.
La muerte de Andrés Medina el 7 de abril de 2010, miembro fundador de Son Batá, cambió al grupo. Se dijo que fue una equivocación, cuando ese miércoles a las 6:30 de la mañana dos sicarios le dispararon tres veces en la cabeza. A sus 24 años no alcanzó a ver lo que sería su grupo, que es puro pacífico, que es el sabor negro que tanto bien hace. Y lo peor: el caso sigue impune, se lamenta John Jaime Sánchez, el rapero de tanta fuerza que tienen los Batá.
La casa de Son Batá está en uno de los picos del barrio El Salado, es de colores África: amarilla, verde, roja, azul, por dentro y por fuera. Adentro ensayan, suena a chirimía, a ritmos negros, solo falta que suene la marimba de chonta. En la casa del lado Diomedes Díaz canta que no se quiere morir porque le duelen sus hijos y que mejor se va como hace el cóndor herido. La música. Son Batá, sus integrantes, no podían tener otro destino.
John Jaime descree de esas versiones que dicen que a los raperos que han asesinado en la comuna 13 los han asesinado por eso, por ser raperos. Advierte que han sido hechos aislados, de lugar, de tiempo, de sicarios.
—No hay una persecución a los líderes, a los artistas, el problema es de la ciudad.
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Después de las amenazas que se sucedieron, luego del asesinato de Duke, algunos raperos no consiguen la calma, se les escapa, torpe. Unos temen el tronar de una moto, el crepitar de los fusiles.
En el video La Furia de las Pandillas, en el que hay lenguaje explícito y muchachos del barrio actuando, al final, un rapero dice: “Mientras los gobernantes o sus funcionarios quieren tildarnos de violentos o crudos, la lírica del CEA solo sigue siendo la cruel fotografía de una realidad en ruinas”.
Recuerdo lo que dijo el Jeque: “¿Entonces, de qué violencia estamos hablando?”.
Fuente: Elcolombiano.com
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