E.E.R.: The Roots o "los tipos que le ganaron a las maquinas"

Written By Fde on 5.6.13 | 5.6.13


Esta entrada si que hace honor al título con el que hemos dado en clasificar nuestras busquedas ciberneticas... Escarbando en la red puro y duro... y hoy traemos a uds. lectores fieles de Rimas, que sabemos que andan por ahí esperando leer cosas piolas, material del bueno, un artículo sobre una de nuestras bandas predilectas (¡los que escuchan el programa radial la oyen nombrar asiduamente!) los Roots, los raperos "que tocan con instrumentos" que siempre son referencia... nos gusto y acá la compartimos...lean, disfruten, escuchen y dejennos sus opiniones acerca del combo más famoso del rap de "fili"...




The Roots: Conservadores de la vanguardia
Por Marcelo Ibáñez.

Elegantes como un afro setentero. Innovadores como una productiva jam session. Hip hoperos como el adolescente más engrupido. The Roots es la banda de hip hop más admirada del momento. Un grupo con 16 años de nutritiva historia que por fin logra la atención masiva. Ya era hora.


El mundo actual no es más que un simulacro. Un frondoso desierto repleto de espejismos, de iluminadas vitrinas que venden deseos disfrazados de necesidades, un gran supermercado atiborrado de productos cuyas etiquetas prometen sabores frescos y naturales. Pero basta con leer la letra pequeña de los ingredientes para darse cuenta que la naturaleza envasada no es más que otro engaño químico. Un eslabón más en el imperio de los sucedáneos. Aún mejor que la cosa real. Solo en un mundo así se explica que desde su primer disco The Roots provocara tanto entusiasmo por un hecho tan simple pero a la vez extremadamente inusual: los tipos hacen hip hop tocando instrumentos. Solo en un mundo repleto de ritmos y melodías construidas sobre la deconstrucción de antiguas melodías y ritmos, algo tan primitivo como pulsar una cuerda o golpear un tambor resulta llamativo por sí mismo. Solo en un mundo digital lo orgánico aparece como una rareza. Solo en un mundo de saborizantes, la fruta fresca seduce con su inocente novedad.

La planta crece

1987. Filadelfia. Un par de compañeros de una escuela artística quieren hacer rap. Sueñan con un par de tornamesas y toneladas de clásicos ritmos en formato de vinilo. Pero ambos tienen los bolsillos vacíos. Entonces el tipo de afro setentero -Ahmir Thompson, alias ?uestlove- decide sentarse detrás de la batería que toca desde los 2 años para que su amigo -Tariq Trotter, alias Black Thought-, comience a improvisar versos sobre sus latidos. Se adueñan del auditorio del colegio, salen a las esquinas de la parte sur de Philly y pronto ven como los dólares llueven sobre un sombrero. Los tipos son buenos y lo saben. Para un concurso de talentos ?uestlove convence a un amigo de infancia, el renombrado bajista de jazz Christian McBride, para que los acompañe. La repuesta del público es asombrosa. A pesar de ello el dúo prefiere seguir adiestrando su agilidad, improvisando con el ruido del tráfico como telón de fondo. Saben que no existe mejor escuela que la calle y el freestyle, que para evitar que el menor viento los derribe es necesario que las raíces del árbol estén bien arraigadas a las profundidades de la tierra. Es tiempo de crecer de manera invisible. En 1992 el dúo ya es un grupo –se suma Hub (bajo), Kamal (rhodes), Malik B (rimas) y Rhazel (beatbox)- que gira entre pequeños clubes de Philly y Nueva York. Su reputación es tal, que el bajista de jazz Jamaldeen Tacuma les ofrece que lo acompañen en su gira europea. Para promocionarse en el viaje la banda decide gastar el dinero del sombrero y entrar a estudio. Es hora de que las raíces den su primer brote. Así nace Organix (93).

Un disco clásico es la banda sonora de recuerdos colectivos, una luz en medio del tedio que señala nuevos caminos, una joya musical nunca antes escuchada, única e irrepetible. ¿Es Organix algo de esto? La verdad es que hasta su reedición multinacional el 97, el disco era un mito atesorado por un pequeño grupo de afortunados. Y si bien el disco abre un nuevo camino sónico, nadie más que los Roots se atrevió a recorrerlo. Eso al menos en el mundo del hip hop. Y sí, definitivamente suena único e irrepetible, pero en un género tan obsesionado con las ventas difícilmente podría ganarse el título de clásico. Organix es más bien un disco semilla, fresco e inocente, que suena como si un grupo de estudiantes de jazz que aman el rap lo hubieran grabado durante sus recreos. Y aún cuando en el mundo del hip hop nadie dejó sus samples por los instrumentos, una vez que The Roots comenzó a ser considerado por el público como el mejor grupo de hip hop en vivo, todos comenzarían a usar bandas de acompañamiento en sus conciertos.

Su debut pasó desapercibido para el público y la prensa, no así para los oídos de la industria. Luego de su regreso de Europa, la banda se topó con un montón de contratos multinacionales sobre la mesa. Y firmaron. Cuando Do you want more?!!!??! (95) vio la luz, las expectativas eran altas. Y si bien las ventas no fueron las esperadas, la banda se convirtió en el súper grupo que los sectores más avispados de la música afro estaban esperando. Sus actuaciones en el Lollapalooza y el festival de jazz de Montreux dieron cuenta de ello. Dulce y adictivo. Para cualquier fanático de la banda este disco es un clásico indiscutido. Con los elegantes aportes de los jazzistas Joshua Roseman (trombón), Steve Coleman (saxo) y Cassandra Wilson (voz), acá se puede oír la quintaesencia sonora de los Roots: bajos que saltan, callan y vuelven a trepar entre los dulces acordes de un rhodes, elegante y sutil, todo sostenido por los omnipresentes ritmos de ?uestlove, el mejor y más influyente batero negro de la última década. Un sonido que ayudó a definir al neo soul que desde el Baduizm (97) de Erykah Badu, se apoderó de lo más selecto de los sonidos afro de la segunda mitad de los 90s.


¿Más de lo mismo? Sí, por favor. Con su tercer disco la banda hace una pequeña concesión: por primera vez samplean material grabado en sus propias jam sessions. Así Illadelph halflife (96) debuta en el número 21 de los charts y se convierte de la mano de su primer single, 'Clones', una canción lo suficientemente hardcore como para parecer de otro grupo, en el disco más exitoso de la banda hasta esa fecha. Una repercusión menor en el platinado mundo de las súper ventas hip hop. A pesar de ello, si existe una canción que retrata a la banda a nivel ideológico esa es 'What they do'. Con un clásico video que se burla de todos los clisés del género –conducir un BMW, beber champagne en una piscina rodeada de chicas en bikinis, rapear con cara de malos frente a un edificio de viviendas sociales o relajarse en un V.I.P junto a súpermodelos blancas-, Black Tought rima: “generación perdida / población mundial confrontando la frustración / los principios del verdadero hip hop han sido abandonados/ ahora todo se trata de contratos y hacer dinero”. En un mundo de deseos los Roots son la necesidad. En un mundo donde todos luchan por tomar el ascensor a la cima, la banda de Filadelfia prefiere crecer a su propio ritmo orgánico. Así, el periodo de la cosecha abundante era solo cuestión de tiempo.

Cayendo como fruta madura

En tipos tan talentosos como los Roots, tres años sin un disco no significan tres años de silencio. En 1997, Black Thought y ?uestlove se reúnen para producir el disco debut de una chica de labios gruesos, adicta a los turbantes africanos, dueña de una voz felina que eriza la piel y ronronea entre tus tímpanos. El resultado es el disco que define los senderos del neo soul, al traer de vuelta la sensualidad aterciopelada de los 70s. Así el Baduizm convierte a Erykah Badu en una elegante estrella negra y consagra a ?uestlove como la máquina de ritmos oficial de toda una generación. Con su afro puff a la cabeza, Soulquarians, el súper trío de productores completado por el tecladista James Poyser y el productor Jay Dee -responsable de los mejores beats de los igualmente inolvidables A Tribe Called Quest-, ha estado detrás de los discos más finos de tipos como D’Angelo, Common, Musiq, Bilal y Jill Scott, entre otros. Hasta ese año, si alguien quería escuchar romance de piel obscura debía conformarse con los plásticos discos de aburrido y predecible r&b (salvo connotadas excepciones como las de Sade). Es en la irrupción de esta relectura del soul en tiempos de rap, donde el sonido de los Roots crea una verdadera escuela.


En esos tres años el grupo sufre su primer golpe: la adicción de Malik B lo aleja definitivamente de la banda y el grupo cambia de sello. Pero el árbol de los Roots posee un tronco demasiado grueso como para dejarse derribar por los vientos del destino y en 1999 editan Things fall apart, su indiscutida obra maestra que de la mano de 'You got me', un fino dúo con la Badu, les vale por fin el reconocimiento masivo: un grammy y disco de oro.

“Dependemos de la gente negra para comer. Sino, nos moriremos de hambre...Si a la gente no le das la mierda que quieren oír, entonces no van a venir a verte”. Con un collage sonoro armado con diálogos de la película de Spike Lee, Mo’ better blues (1990), el intro del disco resume la contradicción vital que empuja a la banda: son lo suficientemente innovadores como para mantener la admiración masiva de la crítica y lo suficientemente conservadores como para mantener el respeto callejero.

Si existió una crítica constante a sus anteriores placas, fue que la libertad de sus jam sessions era demasiado impredecible como para lograr canciones que irrumpieran definitivamente en la memoria colectiva. Una crítica a todas luces injusta, ya que si 'You got me' lo logró fue gracias a que la constante búsqueda de la banda abonó lentamente el terreno. Es decir, la banda tuvo la integridad y la confianza suficiente para esperar que los oyentes se acostumbraran a su sonido, en lugar de traicionarse por unos cuantos dólares, amoldando sus discos a las siempre pasajeras leyes del mercado del rap.


Lo que vino después no fueron más que abundantes cosechas. Ese mismo años los lectores de The Source, la revista más importante del género, los elegía como la mejor banda de hip hop en vivo. Pronto, todas las mega estrellas del rap subían al escenario acompañadas de una banda. Entonces los Roots se convirtieron en lo que son: la súper banda de hip hop que siempre tiene algo nuevo que mostrar. Una carta segura. Hace un par de años fueron los encargados de respaldar a Eminem en su actuación en los premios MTV y de convertir el unplugged de Jay Z en una joya sonora.
Convertirse en una garantía de innovación artística es un arma de doble filo. Pero los Roots son tipos muy lúcidos como para caer en las trampas del ego tan fácilmente. Así que después de saborear por primera vez el éxito masivo, los tipos se lo tomaron con calma y luego de dos largos años de sesiones dieron vida a Phrenology (2002), el disco que de la mano de 'The seed 2.0' –un irresistible y rockero dúo con Coddy Chesnutt- los tiene sonando en las radios nacionales. La tentación era mucha, repetir su anterior disco y cobrar tranquilamente el cheque. Pero en lugar de eso los Roots descolocaron a sus fans históricos con un disco que suena a compilado. Una placa de conservadora vanguardia. Un disco difícil de digerir para los amantes de su antiguo sonido, que muestra caminos recorridos (jazz rap, neo soul, old school beats) y vislumbra otros ha explorar (rockandroll, hardcore y divagaciones post rock). Un disco de transición, un capricho que demuestra que la banda puede tocar lo que quiera sin dejar de ser ella. Una placa inconsistente y variada como toda compilación pero que mantiene el sello de los Roots: seis tipos con el vuelo de los músicos extraordinarios que son capaces de sonar tan precisos como el mejor de los samples. Una prueba fehaciente de que el hombre es aún mejor que la máquina.

Fuente: super45.cl


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